Que nadie se lleve las manos a la cabeza, por favor. Este es un blog sobre el bebercio, y el vino de brik también cae en esa categoría, aunque dé más miedo que un nublado. A lo largo de los años hemos catado verdaderas joyas enológicas (en lo organoléptico y en lo monetario) pero también zurraspa, y no se nos caen los anillos ni por lo uno ni por lo otro, ¿verdad? Además, por alguna razón, las entradas dedicadas a vinos y birras de última categoría tienen mayor éxito que las dedicadas a néctar y ambrosía. Así somos los humanos.
Los cartones de vino son un clásico para muchos integrantes de la Generación X, para muchos xennials y para algún millennial adelantado, sobre todo para quienes hayan practicado el tan denostado (y actualmente prohibidísimo) botellón, del que tengo que hacer alguna entrada monográfica en breve.
En dichos botellones (o fiestas caseras en los garajes de las casas del pueblo) era habitual ver circular los cartones de vino, generalmente tinto, como parte esencial en la elaboración de esos brebajes conocidos como kalimotxo/calimocho y sangría ("¡cómo oso denominarlos brebajes!" oigo clamar a más de uno... tengo que hacerles sendas entradas a ellos (los brebajes) también. Se me acumula el trabajo).
El caso es que una de las referencias más habituales entre los cartones botelloneros ha sido siempre el que hoy os traigo, Cumbres de Gredos (junto con Don Simón y Avilés, que yo recuerde), así que vamos a catarlo en copa y sin añadidos.
Previamente, algunas consideraciones. Primero: lo que hay dentro del cartón es vino. Cada cierto tiempo se escucha aquello de "vino químico" o "a base de polvitos", pero eso es un bulo. Saldría más caro elaborarlo así que embotellar vino a granel; no en vano España y, en concreto, La Mancha es el mayor productor del mundo entero. Segundo: es vino de inferior calidad, claro, sometido a todo tipo de tratamientos (estabilizado, clarificado, filtrado) para asegurar su mantenimiento en el tiempo y un aspecto agradable a la vista; tratamientos todos ellos legales, autorizados y controlados, por lo que estamos ante vino de verdad se mire por donde se mire. El hábito no hace al monje y la botella no hace al vino.
Dicho lo cual, vamos a catarlo:
Cumbres de Gredos (sin añada, claro)
JGC SA
Vino de mesa
12%
Catado el 28 de diciembre de 2017 (día de los Inocentes, tiene su guasa).
- Cereza de capa media con ribete cardenalicio. Limpísimo y sin apenas lágrima, se notan los procesos de clarificado y filtrado.
- Intensidad aromática media: frutas rojas (chicle de cereza, regaliz rojo). ¿Defectos? Vaya, pues sí: raspón, ceniza de tabaco.
- Acuoso, con acidez marcada pero no disparada. El verdadero problema son los taninos: verdes como ellos solos, se notan desde que el vino toca la lengua y rascan como una lija. Persistencia baja, afortunadamente. ¿Es malo? Sí. ¿Exageradamente? Decidid vosotros.
El tetra-brik de litro sale por 1,20€, más o menos. Baratero.
Por cierto, servido en copa Riedel. Dice Koch que nunca se ha vestido mejor este morapio.
El vino pertenece a la empresa JGC, que es lo mismo que J. García Carrión, esto es, los artífices de su inmediato competidor, Don Simón. Autocompetencia una vez más, está a la orden del día.
Por su parte, estos vinos son de los "elaborados por/elaborados para", es decir, lo distribuye uno pero se lo ha elaborado otro. El primero debe aparecer con su nombre (en este caso JGC SA), pero al segundo le basta con indicar el número de registro de envasador, que en este caso es CLM 437/CR o, lo que es lo mismo... J. García Carrión. Vamos, que se lo produce él mismo, se lo envasa él mismo y se lo distribuye él mismo.
Supongo que, ante casos de demanda superior, podrá pedir vino a otros, y por eso siempre indica, junto al lote, el envasador, no vaya a haber más de uno. Pero no deja de ser curioso tener que dar tanta vuelta para llegar al mismo punto.
Feliz 2018 a todos, nos vemos mañana (Bebercio no libra ni en Año Nuevo).
Pues con este vino voy a preparar unas peras al vino de chuparse los dedos. ¡Feliz noche!
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