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viernes, 19 de septiembre de 2014

Mahou clásica 100 cl

Damas y caballeros,

Pónganse en pie para recibir a Su Majestad... ¡La Litrona!

Bebida en copa Riedel y no a morro, toma ya.

¿Quién no conoce -al menos en España- la litrona de Mahou clásica? La gran compañera en botellones, bancos, parques y fiestas de amigotes; presente en la balda inferior de las puertas de tantísimas neveras, vendida en todo tipo de comercios por precios fráncamente asequibles.

Durante décadas la he asociado al estándar de cerveza, la vara de medir por la que se rigen todas las demás. Es una cerveza increíblemente denostada, ligada en el imaginario popular a lo más barato: cualquier otra, suele pensar la gente, es mejor; ya sea su hermana 5 estrellas, ya sea su compañera San Miguel, ya sean la holandesa Heineken o la danesa Carlsberg. Y ¿sabéis una cosa? He llegado a la conclusión de que ninguna de ellas es mejor que nuestra bienamada litrona. Y eso que, en un tiempo, yo también la tuve asociada a sinónimo de poca cosa. 

No es raro hacer esa asociación de ideas si es la cerveza más barata que te podías encontrar en tiempos, cuando ibas a la bodega del barrio a comprar priva para beber en el parque con los colegas. No tenías más que los cuatro duros de la paga pero querías ir con los colegas a tomar algo; conclusión: ni bares ni discotecas, todos al parque, que es gratis. En concreto, todos a un banco del parque, sentados en el respaldo y los reposabrazos (nunca en el asiento) y, como no cabemos todos, nos vamos turnando. Mola mucho cuando hace buen tiempo; en invierno o con lluvia es un horror, claro.

¿Qué llevabas? Tenía que ser barato y abundante, con alcohol y fácil de beber. Lo de barato deja fuera de lugar los combinados, ya de entrada. Y lo de fácil de beber descarta para muchas ocasiones el otro monarca de los botellones: el kalimotxo, que supone el engorro de tener que mezclar el brik de vino con la cola (comprar vasos de mini, también llamados macetas o katxis, suponía un gasto adicional). Además, añadir hielo es otro engorro. Finalmente, el aspecto de abundante elimina otras cervezas que no vengan en formato de litro, porque hay que cargar con mucho vidrio o metal que no se bebe pero supone una incomodidad. Conclusión: litronas.

Pero, claro, bebías a morro, pasando la botella de mano en mano, sin prestarle atención. Solo sabías que se dejaba beber y que cumplía su función. Después, cuando empiezas a salir por bares y discotecas, resulta que quieres probar cosas nuevas (es decir, todo menos la litrona) y reniegas de tus orígenes. Cualquier cervecilla con buena mercadotecnia te parece mejor (incluida la autocompetencia de Mahou 5 estrellas) y dejas la litrona.

Pues bien, un día, no hace mucho, decidí catar una litrona. Catar, no pimplar: dejar la botella fría pero no demasiado, servirla en copa y analizar colores, aromas y sabores. Y me llevé la mayor sorpresa que me he llevado nunca catando. Resulta que estamos ante una grandísima cerveza, como ahora veremos. Eso sí, ya os aviso de que esta cata es para la litrona exclusivamente, las cosas cambian mucho en los botellines o, sobre todo, en las latas. La relación volumen de bebida / superficie de la botella es muy importante a la hora de catar, y en una litrona se maximiza, mientras que en un botellín se minimiza. Por su parte, el metal de la lata sí altera el olor y el sabor.

Mahou clásica. Lager española. 4,8%. Botella de 100 cl.

Catada el 11 de marzo de 2014 (1ª cata):
  • Amarillo dorado muy abierto, con crema nívea poco persistente.
  • Intensidad aromática baja: pan, rúcula, miel.
  • Carbónico punzante. Viva, con buena acidez. Paso metálico. Final amargoso y sorprendentemente largo con notas de corteza de pan.
Catada el 6 de septiembre de 2014 (2ª cata):
  • Dorado pálido abierto, crema nívea.
  • Intensidad aromática media-baja: mantequilla, palomitas de maíz, pan tostado.
  • Suave, fresca, bien estructurada. Ataque punzante, final largo y de amargor contenido, con notas secundarias.
A partir de las dos catas obtenemos una cerveza dorada, abierta, de crema nívea (acordaos de que esa es la forma pedante de decir muy blanca). No nos engañemos, no es una cerveza con mucha intensidad de aromas, pero los que tiene son agradables si les dejamos obrar y no nos dedicamos a privar como mercenarios: notas evidentes de pan, hierbas amargas, mantequilla (muy agradable) e, incluso, palomitas. En boca también es mucho más de lo que solemos permitirle: tiene un carbónico duradero y una acidez viva (dos cosas que permiten que siga rica durante el botellón hasta el final, cuando ya está caliente y agitada de tanto pasar de mano en mano), el amargor, destacado, no es agresivo y, tal vez lo que más me chocó, la persistencia es mucho más elevada de lo que nunca hubiera dicho.

Para mí fue toda una doble lección: en primer lugar, de la diferencia entre catar y pimplar, que no tienen nada que ver más allá de la ingesta. En segundo lugar, del poder de la sugestión y los clichés. Me alegro de haberme reencontrado con mi apreciada litrona, y espero que después de leer esto la miréis con otros ojos. Además, está en todas partes y es baratísima (el precio más alto que he pagado es 1,5€ por una fría y después de cerrar los demás comercios).

Gracias por vuestra atención. Un abrazo a todos.

2 comentarios:

  1. Tus comentarios me traen grandes recuerdos de los viejos tiempos, cuando entre todos los amigos nos rascábamos los bolsillos, nos comprábamos una litrona (o varias, dependiendo del rascado) y con una bolsa de pipas nos tirábamos horas en el parque de La Ventilla. Lo de las notas evidentes de hierbas amargas tambien me trae recuerdos...

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    1. ¡Claro que sí, José: litronas, amigos y parque! La felicidad a veces es más sencilla de lo que creemos.

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