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viernes, 20 de mayo de 2016

Reinheitsgebot

Este año se cumple el quinto centenario de la Ley de pureza alemana de la cerveza, conocida en alemán como Reinheitsgebot ("orden de pureza") y adoptada en Bavaria en 1516.

Dos duques bávaros la proclamaron en Ingolstadt, a orillas del Danubio, y básicamente prohibía que la cerveza se elaborara con nada más que agua, lúpulo y cebada. Curiosamente las cervezas típicamente bávaras son de trigo, pero este había de reservarse para fabricar pan, alimento de las clases menos favorecidas, que solían pasar hambre.

Ya en el siglo XVII se incorporó a la receta la levadura, ingrediente fundamental que, de no ser incorporado, debía llegar de forma espontánea para conseguir la fermentación (esporas en el aire, como sigue ocurriendo hoy en las cervezas belgas de tipo lambic).

Según nos dicen desde el New York Times, esta ley es la más antigua del mundo en lo que a regulación de productos de consumo se refiere (aunque ya en la antigua Roma había este tipo de regulaciones), además de una gran herramienta de mercadotecnia para las tradiciones alemanas y un modo de generar confianza en el consumidor final.

También hay un aspecto negativo, y es el que limita las posibilidades cerveceras al limitar los ingredientes permitidos. La versión actual habla de grano malteado (así se reintroduce el trigo, por ejemplo), lúpulo, agua y levadura; su aplicación generalizada en Alemania ha hecho que su variedad de cervezas no sea tan amplia como la de otros países (pensemos en Bélgica), hasta el punto de que, según Der Spiegel, ya se ha pedido que se relajen los parámetros y se permita la adición de otros ingredientes (siempre naturales) y se pueda seguir llamando al producto final "cerveza".

En fin, como suele pasar con todas las tradiciones, y más si son centenarias, hay opiniones de todo tipo y condición, unas a favor y otras en contra. Ciertamente, la fama que ha adquirido la Reinheitsgebot es una forma excelente de promocionar la cerveza alemana más allá de sus fronteras; pero siempre hay que evitar que la tradición se anquilose y se vuelva simplemente una restricción que impida el progreso y limite innecesariamente las opciones.


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