La que hoy probamos no es moco de pavo: es su Grand Cru (por cierto, lo pongo con mayúsculas porque es el nombre propio de la cerveza; habréis observado que cuando se hace referencia a un pago vitícola lo escribo con minúscula).
La compré este año en Bélgica en formato de tres cuartos (por ocho pavos y medio) y la he envejecido durante casi seis meses antes de abrirla (os recuerdo que las grandes cervezas de alta fermentación envejecen de maravilla, mucho más de lo que yo he envejecido esta: aquí tenéis dos ejemplos con diez años, nada menos: uno y dos).
En este formato viene tapada con corcho y morrión, y en el corcho especifican la añada: 2015. No es habitual encontrar cervezas con añada, pero suele ser síntoma de calidad.
Aquí la tenéis cerrada, dialogando con Birno.
La llevé el otro día a casa de mis primos Diego y Clara, que me invitaron a cenar con ellos. Venga, vamos a catarla, que os veo salivar:
St Feuillien Grand Cru 2015. Ale belga. 9,5%
Catada el 22 de octubre de 2016.
- Amarillo dorado pálido, ligeramente turbia, con burbuja pequeña y abundante (podía haber envejecido mucho más). Crema nívea, espumosa y consistente.
- Intensidad aromática elevada: jengibre, menta y cilantro como notas predominantes (por cierto, esta birra no tiene adición alguna de especias, así que estos aromas vienen de los ingredientes básicos). También limón, vainilla, rosa.
- Suavísima, con el carbónico nada agresivo pese a lo evidente que era a la vista. Paso amplio, con muy buenos metal, umami y acidez. Final largo gratamente amargoso.
Aquí la tenéis abierta, en casa de mis primos. Podéis ver lo abundante y espumosa que es la crema.
Por cierto, aviso a navegantes: a mi primo le pareció demasiado fuerte. No es una cerveza para quitar la sed (partimos de 9,5% de alcohol, y estamos hablando de notas marcadas aromáticas y sápidas), así que requiere un paladar acostumbrado a birras potentes. A los otros dos nos encantó.
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