Vamos a empezar hoy con un pelín de historia. Carlos II, duque de Brunswick, gobernó el ducado del mismo nombre (hoy parte del estado federado de Baja Sajonia, en Alemania) desde 1815 hasta 1830. Parece que no fue muy bueno (más bien manipulable y corrupto) y terminó exiliado en París, en Londres y, finalmente, en Ginebra.
Pese a haber sido depuesto y expulsado, era un hombre rico, y vivió holgadamente hasta su muerte a los 68 años. Nunca se casó y no dejó herederos, sino que legó su fortuna a la ciudad que lo vio morir, con la condición de que erigieran un monumento en su memoria (que siguiese las pautas estilísticas de los Arche scaligere de Verona, que le gustaban a él).
Dicho y hecho: Ginebra inauguró en 1879 el monument Brunswick en un lugar privilegiado frente al hotel en que el duque pasó los últimos años de su vida (el Beau-Rivage); dicho monumento es hoy una de las visitas turísticas típicas de la ciudad.
El mausoleo del duque, en estilo gótico, con la tumba visible en el centro. Fue construido por el arquitecto Jean Franel, y está catalogado como bien cultural de importancia nacional.
Bien, eso en cuanto a la pequeña lección de historia. Espero que os haya resultado interesante, y no haberme hecho petardo. Pasemos ahora a la cuestión que nos ocupa, el Cottage Café. Ya veréis qué bien hilado va todo.
Resulta que durante la construcción del mausoleo, que empezó en 1876 y se alargó hasta 1879, se levantó detrás un pequeño edificio de ladrillo para alojar a los obreros y guardar las herramientas y útiles de trabajo. Cuando el monumento se inauguró, dicho edificio no se derribó, sino que sirvió de pabellón de jardinería para el cuidado del parquecito que rodea todo el conjunto.
En los años 30 del s. XX se convirtió en un café, y así aguanto el resto completo del siglo. No obstante, en 2006 se abandonó, momento en el que la ciudad lo restauró y acondicionó durante dos años, para después permitir que se abriera en sus instalaciones el restaurante en el que hoy vamos a comer, con vistas privilegiadas al monumento y una fantástica terracita en el parque que lo rodea.
Vista desde el mausoleo: tras la fuentecita refrescante vemos la gran terraza con sus sombrillas y, detrás, el pequeño edificio de ladrillo, rodeado de árboles y parterres verdes.
El interior tiene una decoración muy barroca y abigarrada, con estucos y artículos comprados en rastrillos, y una buena colección de tebeos a disposición de los clientes; sin embargo, os recomiendo que, mientras el tiempo lo permita, os quedéis en la terraza, con la vista del monumento en primer plano y el lago con su Jet d'Eau justo detrás, porque es una pasada.
Y ahora, la cuestión gastronómica. Una opción muy interesante que ofrecen es pedir tapas y raciones varias, de modo que se puedan probar muchas cosas distintas sin llenarse ni gastar demasiado.
Gazpacho: a ver, gazpacho, lo que se dice gazpacho... pues no. Es una especie de salsa de tomate para pasta rebajada, con su albahaca y su zumito de limón, que se toma fría y con cuchara. Está buena, es refrescante, pero no es un gazpacho ni de lejos.
A continuación, un platillo de aguacate, crema agria, lima, hierbas aromáticas y piparras. Acompañado de ensalada verde. Otro plato rico, sano y refrescante, con el agradable toque picante de las piparras.
Aquí tenemos una ración de lentejas Beluga, queso feta, pimiento rojo, piñones y tomillo. Uno de los platos que más me gustó, estaba de primera. Las lentejas Beluga son unas lentejas negras, pequeñas, que toman su nombre de la forma similar a la del caviar más reputado. Se dan en Canadá y norte de EEUU, y tienen una textura crujiente y marcado sabor. Con los piñones iban de cine.
Pastel de espinacas con salsa de champiñones: un pudin bastante consistente al que el aroma de los champiñones le sentaba muy bien. Un plato que llena lo suyo, más que todos los vistos hasta ahora, que eran muy ligeros.
Cangrejos de río con jengibre, cardamomo y lima: no es tan habitual encontrar cangrejos de río, la verdad. Estos estaban muy limpios y bien abiertos, acompañados por una serie de hierbas y frutas refrescantes (aunque, tal vez, demasiado potentes: se llevaban un tanto por delante la sutileza del cangrejo).
Moscardini: o, lo que viene siendo lo mismo, pulpitos. En este caso con aceite de oliva, limón y pimentón. Conste que intenté la foto en varias ocasiones, pero unas veces me enfocaba los palitos, otra el plato, en esta el limón y algún pulpito... Uno, que tiene una cámara ya con años. Muy maja y con varios países a las espaldas, oiga, pero da de sí lo que da de sí.
Rollitos crujientes de atún en pasta filo: sazonados con ajo, limón y guindilla. Parecen rollitos de primavera a simple vista, pero el interior es entero de atún desmigado.
Higos rellenos de queso de cabra: al horno, con pimienta de Java. ¡Venga calorías! Pero qué ricos. Un bocado delicado para empezar a tope o, como en este caso, ir terminando. Ahora estamos en temporada de higos, así que hay que aprovechar.
Devils on horseback: o, lo que es lo mismo, "diablos a caballo". Un clásico de la gastronomía inglesa. La cena tradicional inglesa es muy peculiar y enooooorme; tras el postre los hombres y las mujeres se separaban, en teoría porque los hombres fumaban y las mujeres no (ya veis). Para limpiar la boca de los restos de los postres antes de beber oporto y jerez y fumar los habanos, los hombres tomaban los savouries, unos bocaditos curiosísimos, con predominancia del sabor umami (aunque aún no lo llamaban así), entre los que se contaba el de aquí: fruta deshidratada (en este caso prunas sin hueso, también eran muy comunes los dátiles, asimismo deshuesados) envuelta en bacon, todo al horno. Un servidor no come carne, pero mi familia ginebrina me hizo saber que me perdía una delicia.
Según el protocolo, el plato anterior debería ir tras los postres; pero me voy a ceñir a cómo se suelen hacer las cosas hoy día (perdón a los puristas, he dudado lo mío acerca del orden). Aquí tenemos un simple y delicioso sorbete de mango, con su frambuesa y su barquillo.
Finalmente, ya de noche (que estuvimos largo tiempo), estos dos postres: a la izquierda, tarta de manzana caramelizada con helado de caramelo y estragón; a la derecha, pasas al ron. Lo de "al ron" no es exacto: en este caso es, más bien, un tremendo copazo de ron blanco con pasas dentro. No nos lo pudimos terminar.
Cottage Café
Jefe de cocina: Nicole Boder
Adhémar-Fabri 7, 1201, Ginebra
+41 227 316 016
https://www.cottagecafe.ch/en/home/
Precio medio: 55 CHF (48 €)
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