Según John Doxat en su Booth's Handbook of Cocktails & Mixed Drinks (que ya sabéis que es mi libro de cabecera en lo que a coctelería se refiere, publicado allá por 1966) "ningún cóctel o trago largo tiene más mística, folklore, leyenda o anécdota a su alrededor que el Dry Martini" (la traducción es mía). Y estoy de acuerdo.
¿En qué consiste este cóctel? Pues uno pensaría que en un vermú Martini seco, ¿no? Pues... no. El nombre le viene porque lo inventó un camarero apellidado Martini que trabajaba en el neoyorquino hotel Knickerbocker en torno a 1910. Y Martini & Rossi era una marca desconocida en NY por aquel entonces (el cóctel canónico se elabora con Noilly Prat, de hecho).
Vale, ¿y en qué consiste, de nuevo? Pues el Noilly Prat (vermú blanco seco), una cáscara de limón y... mucha ginebra de la buena. ¿Cuánta? Pues Doxat nos dice once doceavas partes frenta a una de vermú. ¿Os parece poco? Esperad. Quiere la leyenda que el magnífico Luis Buñuel tomaba este cóctel todos los días al llegar el sol a su cénit, y que lo que hacía era mojar los hielos en vermú, desechar este y sumergir aquellos en ginebra hasta licuarlos. Así pues, el único vermú era el que impregnaba el borde del hielo.
Y si esto es, a vuestro entender, demasiado exagerado, pensad que se dice que Sir Winston Chruchill, gran amante de este bebercio asimismo, se limitaba a dejar que los rayos del sol pasasen a través de la botella de vermú hacia la copa de ginebra, y punto.
La cuestión es tan exagerada a favor de la ginebra (que debe ser siempre del estilo London Dry Gin y de la máxima calidad, marcas aparte) que existe el Naked Martini: un Dry Martini sin vermú. Telita.
Los hielos son fundamentales, pues la ginebra debe estar ligeramente diluida. Ojo: digo fundamentales para diluir, pero no deben estar presentes: durante la preparación de la copa han de desaparecer, enfriando la ginebra pero no flotando como icebergs en el cóctel final. La mano del maestro coctelero es fundamental en este aspecto.
Antes os hablaba de una cáscara de limón: esta debe ser frotada contra el borde interior superior de la copa, pero dejarla después flotando en el cóctel es cuestión de gustos. Para algunos resulta demasiado cítrico el resultado; para otros, quitarla hace el aspecto visual demasiado soso.
¿Y la famosa oliva? Pues... no viene a cuento en el cóctel canónico. Pero hay una variante, de la que hablaré mañana mismo, que sí la agradece. Tranquilos, son solo 24 horas.
Servido en la desaparecida Embassy, que llegó, a su vez, a ser toda una institución también.
En este caso la cascarita de limón flota en la copa.
Es la bebida alcohólica, tipo trago largo, que más me gusta. La anécdota de Buñuel me la sabia, la de Churchill no.
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