Hola, queridos míos,
Hace casi un lustro tomamos una añada dos años posterior de este mismo vino; os remito a ella para que recordéis cuán excepcional es un Imperial, elaborado solamente en añadas asimismo excepcionales y con periodos muy prolongados de envejecimiento previos a su salida al mercado, lo que les confiere un potencial de guarda magnífico, como hoy vamos a demostrar de nuevo, y con creces, con un vino que ha pasado de los 72 años desde que se cosechara la uva con la que se elaboró.
Aunque estos vinos los puede abrir uno en casa, con cuidado y habilidad, siempre son una excusa perfecta para llevarlos al descorche y, así, organizar una celebración. Esto lo hemos hecho con primos del Imperial en dos ocasiones en el recién desaparecido Zalacaín: los Viña Real gran reserva de 1939 y de 1944. En aquellas ocasiones el sumiller Raúl M. Revilla optó por los forceps de vino de Oporto.
En lo que respecta al vino que hoy nos ocupa, el restaurante elegido para ir al descorche fue Horcher, también en Madrid y con un rancio abolengo a la altura del citado Zalacaín y pocos más; sin embargo, la opción elegida para descorcharlo no fueron los forceps, sino una mezcla de cestillo, sacacorchos rígido y sacacorchos de patillas (yo ya usé este último al abrir el Imperial de 1950).
DOC Rioja
- La capa es de color teja desvaído, con ligerísima turbidez (la mayoría de los posos, que no eran tantos, se fueron al fondo, gracias al cestillo). Ribete ocre, lágrima mínima, como si de un fino o una manzanilla se tratase.
- Intensidad aromática sorprendentemente alta. Obviamente, las notas son de evolución, pero muy agradables: hojas secas, sotobosque, tierra tras la lluvia, setas... También gran aroma mineral: arcilla, témpera, crayón... Toques de salsas Perrins y de soja, arrope, incluso fresa sobremadura. Muy complejo, evolucionado, agradable e interesante.
- Suave y delicado, increíblemente entero. Muy vivo, pero no agresivo en su acidez. Hay toques pungentes y unos formidables umami y metal en el paso. Los taninos están a punto de desaparecer por completo, aunque resta un eco. Persistencia media-baja, con notas de humo y bosque umbrío por vía retronasal. Qué forma de envejecer.
Ya que tenemos la rara oportunidad, comparemos las añadas de 1950, que catamos hace un lustro, y de 1948.
Pese a lo que yo mismo os he dicho más arriba, que es lo que dicen los de Cvne, resulta que la cosecha de 1950 no fue excelente, sino normal. Sin embargo, la de 1948 sí fue excelente en La Rioja. Así pues, no todos los Imperiales son de añadas excelentes, aunque ellos sí lo sean.
Comparando ambas añadas viejísimas, y pese a que la de hoy es bastante más vieja (no solo los dos años, sino la diferencia de tiempo en abrir cada botella), observamos que en ambas la capa estaba increíblemente limpia: uno esperaría, tras lustros y décadas, turbidez a mansalva, pero no. Bien por el vino. Obviamente los colores denotan evolución: pardos unos, tejas otros. El ribete, siempre ocre.
Los aromas, como no podía ser de otro modo, siempre son de evolución, pero ¿qué queréis? Si no os gustan, no vayáis a por vinos viejos, caramba. La nota de Perrins se repite, también la fruta sobremadura; pero la añada de 1950 era mucho más animal y herbácea, mientras que la de 1948, con su lustro extra de envejecimiento, es más boscosa y telúrica, si me permitís la pedantería (quiero decir que hay notas del bosque, como las hojas secas o el sotobosque, y de la tierra, como la arcilla o el mineral).
Resulta llamativo que en ambas catas (independientes, por supuesto) lo primero que mencione sea que ambas añadas eran suaves y delicadas. Nota constante. Las notas umami y la acidez evidente pero no agresiva también son constantes, mira qué bien. Y la persistencia ha sido en ambas ocasiones media tirando a baja, idéntica. La vía retronasal, como ocurría con la nasal directa, difiere: más herbácea en 1950, más terrosa en 1948.
En ambas añadas, un vino memorable.
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