Cuando uno creía que ya había catado el rango completo de las cervezas trapenses de Rochefort (en el pueblo valón epónimo), resulta que, para conmemorar el primer siglo de la abadía (en 2020) se han sacado de la manga una triple que, según dicen, está inspirada por una birra que hacían muy al principio, hace casi un siglo.
Eso está muy bien, porque estos monjes no son muy dados al cambio: durante décadas tuvieron solo dos referencias, la 6 y la 10 y, en 1954, introdujeron la 8. Y punto pelota hasta ahora. Así que, como grandes aficionados que somos en Bebercio a las cervezas de la abadía de Saint-Rémy (que es como se llama oficialmente), afición demostrada incluso catando la 10 con un envejecimiento de diez años en Kulminator (qué gran día), era lógico que nos alegrásemos muchísimo de la llegada de una nueva birra a su muy escaso catálogo.
- Entre dorada y ambarina, algo turbia, con reflejos verdosos y una espuma (porque no es crema, esto tiene demasiadas burbujas) que desaparece en un santiamén y deja solo un anillo finísimo.
- Aroma de intensidad media-alta, muy diferente de las otras cervezas de esta abadía. Para empezar, una nota de kumquat (ya sabéis, ese cítrico chiquito que se come con piel y todo, como si fueran uvas) y de piel de naranja. También cilantro, césped, cuero, incluso madera lacada. Lo último es un defecto, aunque no muy grave. Leyendo, a posteriori, los ingredientes resulta que no iba tan desencaminado: lleva cáscara de naranja y especias.
- En boca empezamos con un exceso, a mi juicio, de carbónico, como si fuera el de un refresco. Vaya, otro defecto. Es seca, robusta, con buen frescor. Eso mola. Lamentablemente, en el final, que es exageradamente carbónico y escasamente largo, hay una nota raruna, como de salmuera de mejillones, que no termina de molar. Y ya son muchos defectos. Lo siento infinitamente, pero no me ha convencido en absoluto.
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