Muy al principio de nuestra andadura tuvimos ocasión de catar varias cervezas de la canadiense Flying Monkeys (cuatro en menos de año y medio: de finales de 2014 a principios de 2016), y luego aquello de "si te he visto no me acuerdo". Eso no puede ser, venga ya.
La última fue la peculiarísima The Matador 2.0, que catamos dos veces, con un año entre ambas catas (y qué diferencia). ¿Y por qué no habíamos catado más? Pues porque no nos habíamos encontrado más, esa es la simple y llana realidad. Locales que cierran, servidor que cambia de domicilio, distribuidores que cesan.
El caso es que en Valencia, ciudad que sabéis apreciamos mucho en Bebercio, paseme por Ölhops, en Russafa (Ruzafa), cervecería harto interesante, y me encontré con...
- Capa nigérrima y brillante, con una fina lámina de crema beige.
- Intensidad aromática elevadísima: chocolate negro, turrón de chocolate, Mars, Kit-Kat, Maltesers, Twix, chocolate con leche, caremelo de chocolate, haba tonka... Durante un momento esto ha parecido un anuncio de barritas de chocolate de esas tan ricas como horrendas para la salud de las que me jarté de adolescente en Irlanda (los Maltesers no son barritas sino bolitas, pero me entendéis). Y haba tonka.
- Bien, pues resulta que tras esa fase olfativa, en boca es ¡seca! ¿A que esperabais un ataque dulzón, o al menos abocado? Yo también, pero no, no hay azúcar residual apenas. Caramba. El paso es, aquí sí, tan denso, lento y reposado como cabía esperar, pero con suficiente frescor para equilibrar. Final muy, pero que muy amargoso (pero, de nuevo, bien equilibrado por la acidez), final que dura hasta el fin de los tiempos. Por vía retronasal nuevas notas de cacao. Qué grande.